Los resultados de las elecciones celebradas ayer en Alemania –de creer a los habitualmente certeros sondeos a pie de urna– no han deparado grandes sorpresas, al menos, en lo que se refiere a lo que preveían tozudamente las encuestas. La CDU, imbatible desde 2005 de la mano de Angela Merkel, ha obtenido el peor resultado de su historia y su candidato, Armin Laschet, puede quedar, incluso, por detrás del socialdemócrata Olaf Scholz, probable ganador de los comicios.
Es un cambio de mucho calado en la política germana, entre otras razones, porque abre la vía a la formación de un gobierno de coalición en el que no figuren los cristiano demócratas. Dependerá, por supuesto, de la actitud que tomen los otros dos partidos en liza, los verdes y los liberales, –una vez excluida de los cálculos la extrema derecha de la AFD, con quien, de momento, ninguna formación política quiere tener el menor trato–, cuyos votos son decisivos en el abanico de las posibles coaliciones, pero que mantienen grandes diferencias de programa entre sí. De ahí, que a falta de una mayor contundencia en la victoria, Scholz pueda verse preterido por un acuerdo de la CDU con los verdes de Annalena Baerbock y los liberales de Christian Lindner.
En cualquier caso, la fragmentación del voto augura que Alemania se enfrenta a un largo período de interinidad gubernamental, con Angela Merkel como canciller provisional, que puede prolongarse hasta bien entrado el próximo año. No es una situación que provoque mayores inquietudes entre los socios de la Unión Europea, que ya habían descartado cualquier fórmula de gobierno en Berlín que incluyera a los populismos extremos de izquierda o derecha, pero, tampoco, es la más deseable, sobre todo, si tenemos en cuenta que Francia también entra en un proceso electoral complejo.
Es decir, que las dos locomotoras de la Unión Europea se ensimismarán en sus problemas domésticos cuando más falta hace consolidar la unidad de acción en la UE para abordar los problemas que ha dejado la crisis económica, social y financiera provocada por la pandemia del coronavirus. Comenzando, pero no sólo, porque es urgente e imprescindible reinstaurar las reglas fiscales comunitarias e impulsar una serie de reformas que den respuestas comunes a la aceptada emergencia medio ambiental, que exigirá fuertes inversiones públicas, especialmente, en el campo de la energía. Y, ahí, Alemania sigue siendo decisoria.