Vladimir Putin ha conseguido que su diplomacia impregne la agenda global. En apenas cuatro días Rusia se sienta junto a EEUU en Ginebra, luego visitará la OTAN en Bruselas y, antes de que acabe la semana, los emisarios del Kremlin se reunirán en la OCDE. Tal vez haya que regresar al final de la guerra fría para encontrar un momento donde Rusia fuera tan estratégica. La diferencia es que, entonces, en plena descomposición del imperio soviético, su voz apenas contaba. Ahora, en cambio, parece que vuelve a lo mas frío de aquellos tiempos de confrontación.
Putin ha dejado claro sus demandas para las conversaciones: frenar cualquier expansión de la OTAN, impedir ejercicios militares en sus antiguas repúblicas y prohibir el despliegue de misiles americanos que puedan alcanzar su territorio desde cualquier país europeo aliado. El líder ruso no viene con las manos en los bolsillos, sino con un mapa de la frontera de Ucrania donde ha ubicado a mas de 100.000 soldados, listos para iniciar una guerra.
Parece muy difícil creer que el ejército rojo sea capaz de entrar en un nuevo conflicto abierto en Ucrania, un país que les rechaza, que se considera occidental y europeo, y que lleva años defendiendo un sistema democrático lejos de la autocracia en la que viven los países satélites amigos de Putin. Otra cosa es que si no consigue lo que quiere es muy probable que mantenga esta región en permanente amenaza.
La revuelta en Kazajistán puede echar una mano en ese sentido. La necesidad de enviar tropas allí para apoyar al presidente aliado puede despistar algo, pero el objetivo del presidente ruso no está en el este sino en una Europa a la que sigue viendo bajo el prisma de bloques y quiere evitar a toda costa que los valores de la democracia occidental acaben acariciando sus fronteras.
Por eso ha creado esta crisis y por eso está dispuesto a mantener un chantaje que va mucho más allá de Ucrania. Lo que está en juego es una manera de entender la seguridad de Europa. Lo que tal vez no haya calculado Putin es que su amenaza, que persigue el fracaso de la OTAN, puede acabar reforzándola. Países como Suecia o Finlandia, que han querido mantener históricamente su neutralidad, empiezan a cuestionarse si no es momento de buscar alternativas a ese aislamiento. El resto de Europa frente a la amenaza puede acabar reforzando los recursos de la alianza y recibir aun mayor apoyo de EEUU para evitar una invasión.
Los objetivos de unos y otros parecen difícilmente compatibles, pero para eso están las conversaciones. No sabemos muy bien las intenciones de Putin. Solo sabemos que el regreso de Rusia a la agenda global no es pasajero. Hasta llegar aquí ha ido tejiendo una tela de araña, apoyando movimientos ultra por toda Europa y atacando el ciberespacio en momentos críticos. Está para quedarse y por esa misma razón Europa y EEUU deberían tener claro que hay que evitar la guerra en Ucrania, pero sin ceder un ápice en reforzar la seguridad común. La semana se presenta incierta.