Lo llamaron “Tempestad de acero”, vigoroso apelativo para describir un operativo militar pretendidamente devastador contra los laboratorios de producción de heroína en manos de los talibanes. Fue en noviembre del 2017 y el Pentágono empleó los últimos adelantos tecnológicos para bombardear las factorías de droga afganas que procesan el opio. La operación fue presentada como un éxito en la lucha contra el narcotráfico pero lo cierto es que el negocio de la heroína en Afganistán lejos de aflojar incrementó sus beneficios de forma exponencial. Tres años más tarde, Donald Trump llegaba a una entente con los talibanes en Doha que más que un acuerdo de paz suponía la rendición efectiva de los Estados Unidos ante los insurgentes. Aquel acuerdo, que supuestamente garantizaba a los norteamericanos que el territorio afgano no volvería a ser utilizado para planear o ejecutar acciones terroristas contra ellos, garantizaba también a los talibanes que no habría más incursiones aéreas contra sus plantaciones de opio.
El Gobierno norteamericano había gastado hasta entonces unos 10.000 millones de euros en el intento de detener la expansión de los cultivos de adormidera en Afganistán sin que semejante esfuerzo económico y militar se haya visto recompensado. Según Naciones Unidas, desde 2001 al 2020 la superficie de plantaciones de amapolas se ha multiplicado por 40. Hubo un tiempo en que los talibanes prohibieron el cultivo de opio en las zonas que estaban bajo su control pero las razones doctrinales que entonces les movían quedaron superadas por las ingentes y tentadoras cantidades de dinero que podían obtener para mantener viva la insurgencia. Ahora Afganistán acapara el 85 por ciento de la producción mundial de este tipo de adormidera de la que se obtiene la morfina y su más macabro derivado, la heroína.
"Este es el negocio diabólico que previsiblemente va a poder explotar a sus anchas el nuevo gobierno de Kabul"
Según los informes de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga, no es la heroína sino el cannabis la sustancia alucinógena más consumida en el mundo pero sí es, con diferencia, la más letal. El grupo de sustancias de los opioides es el responsable del 66 por ciento de las casi 170.000 muertes al año que se registran por consumo de drogas, es decir unas 112.000 vidas cada año. Eso sin contar la enorme capacidad que el dinero del narcotráfico tiene de generar corrupción.
Este es el negocio diabólico que previsiblemente va a poder explotar a sus anchas el nuevo gobierno de Kabul. Habida cuenta de que Afganistán es el séptimo país mas pobre del planeta y que su economía está al borde del colapso, todo conduce a anticipar que los talibanes harán del opio su principal fuente de ingresos hasta convertir a su país en un narcoestado.
Afganistán recibía en la actualidad más de 4.000 millones de euros en transferencias en distintos conceptos de ayuda internacional, que suponían más de las tres cuartas partes de la economía oficial del país, ayudas que ahora están en el aire. Por debajo fluía el dinero sucio del opio por el que ya los talibanes obtenían, según la ONU, unos 400 millones de euros pero que al controlar todo el país la cantidad estimada rondará los 5.000 millones. Un botín al que no van a renunciar y para cuyos canales de comercialización habrá mas facilidades que nunca. Tanto la ruta de los Balcanes como la sur, a través de Pakistán, tienen como destino Europa, que puede ver sus mercados de droga inundados de heroína.
Además de la previsible crisis migratoria, este del narcotráfico es otro frente nada desdeñable que se le abre a la UE con el acceso al poder de los talibanes. Cualquier negociación que se establezca para el reconocimiento y desbloqueo de ayudas de cooperación ha de incluir el freno al flujo de heroína procedente de Afganistán. El opio, que para los talibanes es oro, para nosotros es la muerte.