La comunidad internacional debería intentar mantener un pasillo humanitario abierto incluso si EEUU se desentiende a partir del 31 de agosto
La comunidad internacional debería intentar mantener un pasillo humanitario abierto incluso si EEUU se desentiende a partir del 31 de agosto
El derrumbamiento súbito del régimen afgano ante el avance talibán convirtió la retirada de las fuerzas de Estados Unidos en una huida contra reloj, en la que se ha tenido que improvisar el rescate del personal de los países aliados y los organismos internacionales y de miles de afganos que colaboraron con ellos. Pero la negativa de los talibanes a aceptar ninguna prórroga en la presencia de las fuerzas de EEUU, la nula predisposición del presidente Biden a mantenerse un día más de lo previsto sobre suelo afgano y, ayer, el inicio de una serie de atentados suicidas, amenazan con convertir la situación en una desbandada. Atentados que pueden ser solo el inicio de las imprevisibles consecuencias que tenga el triunfo talibán en el panorama del terrorismo yihadista internacional.
Masacre en Kabul en una serie de atentados en plena evacuación
Es imposible que puedan huir de Afganistán los millones de afganos que confiaron en la modernización de su país o, simplemente, en no volver a vivir bajo la imposición fanática de los milicianos que han vuelto a dominar el país tras dos décadas de guerra. Pero una suspensión precipitada del operativo de evacuación puede dejar atrás incluso a personal que trabajó directamente para países occidentales o personas significadas públicamente, que a pesar de las buenas palabras de los talibanes, pueden temer de forma fundada ya no por su libertad sino también por su vida. Dejarlos atrás sería –o, como ya empieza a asumirse, será– una mancha más a añadir a la poca ejemplar historia de una intervención fallida.
Algunos países decidieron dar por terminada inmediatamente su operación salida en cuanto se desencadenó el primer brote de violencia en el entorno del aeropuerto de Kabul. Otros están apurando hasta el último momento, como España -que está manteniendo un compromiso que no merece algunas críticas oportunistas que está recibiendo-, aunque puede que tengan que suspender sus operaciones en cualquier momento. Con todo, si la situación no sigue deteriorándose a mayor velocidad (y visto lo sucedido en el último mes, resulta aventurado realizar cualquier vaticinio) debería ser posible seguir manteniendo un pasillo humanitario abierto incluso tras la retirada estadounidense de EEUU. Una puerta de salida que deberán negociar las organizaciones internacionales y países dispuestos a colaborar en este esfuerzo, como los miembros de la UE que se han topado de repente enfrentados a la tan bienvenida administración de Biden.
Sea cual sea el desenlace de la retirada, solo es el inicio de una prueba ante la que se encontrarán ahora los países europeos que acompañaron a Estados Unidos en la fracasada intervención en Afganistán. En particular, la Unión Europea: sus gobiernos ya no podrán alegar, como han hecho hasta hace apenas unos días para denegar peticiones de asilo procedentes de ese país, que Afganistán en un país seguro con un régimen estable. La lógica debería llevar a que tanto los aproximadamente 100.000 evacuados desde el derrumbamiento del Gobierno afgano como los que puedan seguir siendo rescatados sean considerados como refugiados y acogidos de forma acorde a la legalidad internacional. Por no hablar de la posible ola migratoria que pueda seguir, algo que dependerá en gran parte del control que pueda mantener el régimen talibán de sus fronteras. Pero ni los precedentes de la política migratoria de la Unión ni las señales enviadas desde bastantes países –miembros y no miembros; esta vez no se podrá contar con el colchón turco– permite confiar demasiado en ello.